Cuando Alex Steinweiss creó el concepto de diseño de portada en 1939 como medio para traducir las sensaciones y emociones de la música en un lenguaje visual, tipográfico y artístico, los discos dejaron de ser insignificantes, se transformaron en objetos para innovar y pensar de forma creativa. Pero eso no fue todo lo que hizo el padre de las cubiertas, también revolucionó el empaque del álbum, lo convirtió en un objeto para analizar, descifrar, entender y, sobre todo, contemplar.
A partir de su concepto de diseño, las portadas han evolucionado, desde las imágenes planas y los gráficos psicodélicos hasta las fundas dobles, el costoso cierre incluido en la portada del disco Sticky Fingers de Rolling Stones, el plátano que te invitaba a pelarlo en el primer disco de Velvet Underground y las novedades que tenían sus propias intenciones, como el vinil The Return of the Durutti Column creado por Jamie Reid en papel de lija, que tal vez intentaba dañar las portadas de los otros discos con los que se almacenaba, pero el objetivo sigue siendo el mismo que propició Steinweiss: volarte la cabeza vía ocular.
El diseño de portadas es la más sincera forma de arte de la cultura popular y de la música, por eso cuando se extiende más allá del plano y se convierte en objeto para cultivar el fetiche, la edición limitada se vuelve extremadamente tentadora. Tal vez por eso sigo soñando con tener el disco Metal Box de PiL (una lata de metal de una película de 16mm), quisiera tener la edición limitada de Ladies and Gentlemen We Are Floating in Space de Spiritualized (una caja con 12 mini CDs encapsulados que representaban cada track del disco como grandiosas píldoras de música), sigo acariciando el libro que contiene el disco Amnesiac de Radiohead, guardo con fervor el explosivo de caricatura de Las Manos de Filipi (aunque nunca he escuchado el disco), me sorprendo con la tecnología de cartón de un sencillo de Belanova (que tampoco he escuchado) y reviso de vez en cuando el nivel del agua del álbum Bajo el Azul de Tu Misterio de Jaguares.
Hasta hace unas semanas pensaba en las posibilidades del arte sincronizado de The Suburbs de Arcade Fire y el sábado pasado escribía en mi blog sobre The MDBC Totem de Matthew Dear, aplaudiendo el diseño de una escultura como una representación visual de los temas explorados en el disco Black City, sin embargo no me había emocionado tanto por un objeto como cuando vi el Triple Decker Record, inventado, patentado y promovido por Jack White.
Ayer (14 de septiembre) White anunció el Triple Decker Record, que es un vinil de 7 pulgadas inmerso en uno de 12. El disco dentro del disco será lanzado por su sello Third Man Records para promover Blue Blood Blues de Dead Weather. El sencillo, que es protegido por la antigua bolsa de estraza (el diseño se lo guardó para algo más), contará con su respectivo lado B, pero lo interesante es que cuenta con una especie de track oculto que no te hace esperar varios minutos escuchando el silencio (como ocurre con los cortes habituales en vinil, CD o mp3), no, te hace partir en dos el álbum de 12 pulgadas. No es broma, mejor vean la demostración de Jack White y sientan como emerge el amor por el vinil (larga vida a él) y aparece el impulso de decir: “¡¡quiero uno!!”.
A partir de su concepto de diseño, las portadas han evolucionado, desde las imágenes planas y los gráficos psicodélicos hasta las fundas dobles, el costoso cierre incluido en la portada del disco Sticky Fingers de Rolling Stones, el plátano que te invitaba a pelarlo en el primer disco de Velvet Underground y las novedades que tenían sus propias intenciones, como el vinil The Return of the Durutti Column creado por Jamie Reid en papel de lija, que tal vez intentaba dañar las portadas de los otros discos con los que se almacenaba, pero el objetivo sigue siendo el mismo que propició Steinweiss: volarte la cabeza vía ocular.
El diseño de portadas es la más sincera forma de arte de la cultura popular y de la música, por eso cuando se extiende más allá del plano y se convierte en objeto para cultivar el fetiche, la edición limitada se vuelve extremadamente tentadora. Tal vez por eso sigo soñando con tener el disco Metal Box de PiL (una lata de metal de una película de 16mm), quisiera tener la edición limitada de Ladies and Gentlemen We Are Floating in Space de Spiritualized (una caja con 12 mini CDs encapsulados que representaban cada track del disco como grandiosas píldoras de música), sigo acariciando el libro que contiene el disco Amnesiac de Radiohead, guardo con fervor el explosivo de caricatura de Las Manos de Filipi (aunque nunca he escuchado el disco), me sorprendo con la tecnología de cartón de un sencillo de Belanova (que tampoco he escuchado) y reviso de vez en cuando el nivel del agua del álbum Bajo el Azul de Tu Misterio de Jaguares.
Hasta hace unas semanas pensaba en las posibilidades del arte sincronizado de The Suburbs de Arcade Fire y el sábado pasado escribía en mi blog sobre The MDBC Totem de Matthew Dear, aplaudiendo el diseño de una escultura como una representación visual de los temas explorados en el disco Black City, sin embargo no me había emocionado tanto por un objeto como cuando vi el Triple Decker Record, inventado, patentado y promovido por Jack White.
Ayer (14 de septiembre) White anunció el Triple Decker Record, que es un vinil de 7 pulgadas inmerso en uno de 12. El disco dentro del disco será lanzado por su sello Third Man Records para promover Blue Blood Blues de Dead Weather. El sencillo, que es protegido por la antigua bolsa de estraza (el diseño se lo guardó para algo más), contará con su respectivo lado B, pero lo interesante es que cuenta con una especie de track oculto que no te hace esperar varios minutos escuchando el silencio (como ocurre con los cortes habituales en vinil, CD o mp3), no, te hace partir en dos el álbum de 12 pulgadas. No es broma, mejor vean la demostración de Jack White y sientan como emerge el amor por el vinil (larga vida a él) y aparece el impulso de decir: “¡¡quiero uno!!”.
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